
Gente sin rostro cruzan sus vidas a diario sin inmutarse, comparten espacio y tiempo, respiran el mismo aire, coexisten.
Luego no se recuerdan, no serian capaces de reconocerse en una prueba policial.

Si su vida dependiera de recordar al compañero de metro o de bus, no abría sitio en el tanatorio.

Gente que no es gente, personas des-personadas inmersos en una rutina que actúa como las anteojeras de los caballos, solo miran el pequeño mundo que tienen en la palma de la mano.

Esa gente camina sin la cabeza y todavía no es consciente, siguen en su bucle diario.
Alberto Bayón-Cerezo.
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